1. Cristo, el mar se encrespa, y ruge la tempestad.
Obscuros los cielos se muestran, terribles y sin piedad.
¿No te da pena el vernos? ¿Puedes aún dormir
cuando el mar amenaza sumirnos en vasta profundidad?
Las olas y vientos oirán Tu voz:
“¡Cálmense!”
Sean los mares que rujan más, o diablos que bramen con fuerte clamor, las aguas al barco no dañarán del Rey de los cielos y de la mar.
Mas todos ellos se domarán.
“¡Cálmense! ¡Cálmense!”
Mas todos ellos se domarán.
“¡Paz, cálmense!”
2. Cristo, con grandes angustias inclino ante ti mi faz.
Dolores mi alma acongojan. Oh mándame tu solaz.
Olas de males me cubren, vénceme su furor,
y perezco, perezco, oh Cristo. Oh sálvame del dolor.
Las olas y vientos oirán Tu voz:
“¡Cálmense!”
Sean los mares que rujan más, o diablos que bramen con fuerte clamor, las aguas al barco no dañarán del Rey de los cielos y de la mar.
Mas todos ellos se domarán.
“¡Cálmense! ¡Cálmense!”
Mas todos ellos se domarán.
“¡Paz, cálmense!”
3. Cristo, el miedo ya pasa y todo está en paz.
El sol en el mar se refleja y siento un gran solaz.
¡Guárdame siempre, oh Cristo! Ya no me dejes más,
y me fondearé en tu puerto, seguro do tú estás.
Las olas y vientos oirán Tu voz:
“¡Cálmense!”
Sean los mares que rujan más, o diablos que bramen con fuerte clamor, las aguas al barco no dañarán del Rey de los cielos y de la mar.
Mas todos ellos se domarán.
“¡Cálmense! ¡Cálmense!”
Mas todos ellos se domarán.
“¡Paz, cálmense!”
Letra: Mary Ann Baker; apr. 1874.
Música: H. R. Palmer, 1834–1907.